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miércoles, 6 de mayo de 2015

Escultura española de entreguerras en los concursos nacionales

Fragmento de Poesía, proyecto ganador del Concurso Nacional de Escultura de 1924, de José Chicharro Gamo. 

En 1922 surgió por parte del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes una iniciativa encaminada a fomentar  la producción artística nacional. 
Conscientes del escaso apoyo estatal que solían recibir los artistas, dependientes de los trabajos esporádicos que les encargaban particulares o instituciones, se planteó la celebración anual de unos concursos de Escultura, Música, Literatura, Grabado y Artes Decorativas. 

Proyecto de fuente para una Escuela de Niños por Francisco Pérez Mateo, ganador del Concurso Nacional de Escultura de 1928. 

Nacieron con la doble intención de servir de estímulo para la creación y de beneficio para la sociedad. En el caso concreto de la escultura, se buscaba potenciar su sentido ornamental en el contexto urbano, dignificando con ella parques, jardines, colegios y edificios públicos. 
Las bases del concurso para escultura se concebían específicamente con este fin: que las obras fueran insertadas en la ciudad.


Proyecto ganador de fuente para una Escuela Nacional de Niños, Enrique Monjó, 1925.

A partir de 1922 se convocaron año tras año, con un éxito creciente de artistas y público. 
Una progresión al alza que se vio bruscamente interrumpida en 1936. Los concursos nacionales se reanudarían después de la guerra, aunque poco tenían que ver ya, ni en cantidad ni en calidad, con sus precedentes.


Hermano San Francisco de Asís, de Santiago Costa, que obtuvo el segundo premio del Concurso Nacional de Escultura de 1928.

Entre 1922 y 1936, estos concursos nacionales ofrecieron suficientes alicientes para convertirse en una cita concurrida, ya que al reconocimiento público y la publicidad que conllevaban se sumaba la nada desdeñable cantidad de quince mil pesetas. 
El premio incluía también la realización del proyecto ganador en piedra de buena calidad, ocasionalmente combinada con bronce. Con el tiempo la dotación económica aumentó, como también se diversificaron los premios, añadiendo menciones y accésits. 
De este modo se multiplicaban los incentivos para que los artistas participaran. Formatos y temáticas cambiaban también cada año, favoreciendo la multiplicidad de propuestas.


Banco decorativo de Federico Marés, ganador del Concurso Nacional de Escultura de 1923.

En ocasiones se otorgó al artista casi total libertad de acción, aludiendo simplemente al carácter decorativo de la obra. 
En otras, sin embargo, se acotaron las características del proyecto. En 1923, por ejemplo, se especificó que la escultura debía responder al sentido ornamental a la par que práctico de un banco o exedra para un parque, jardín o plaza pública. 
Al año siguiente, 1924, se estableció que la figura o grupo escultórico debía versar sobre un episodio o acontecimiento desarrollado en un libro español dirigido al público infantil.
Fue precisamente ese año cuando se premió 'Poesía', la obra de Chicharro Gamo que hoy decora la plaza de las Salesas en Madrid y que protagonizaba la entrada anterior
Con su escultura, Chicharro Gamo demostró que una obra dedicada a los niños no tenía por qué ser obvia -en otras palabras, candorosa y naif-, sino que podía ser inspiradora a la par que moderna.


Maqueta y fragmento a tamaño natural de Diana, de Santiago Costa, que recibió una mención en el concurso de 1930.

En 1925 se propuso la construcción de una fuente para patio, jardín o atrio de una escuela nacional. Tras una ajustada votación, se alzó ganadora la diseñada por Enrique Monjó, de moderno perfil arquitectónico.
En el concurso se plantearon también temáticas vinculadas a efemérides, como en la edición de 1927 en que se quiso recordar a Luis de Góngora en el tercer centenario de su fallecimiento. De los veintidós proyectos se alzó vencedor el de Vicente Beltrán, una bellísima estela ya reseñada en este blog y que hoy puede admirarse en el Retiro.

Detalle del monumento ganador del Concurso Nacional de Escultura de 1930, de Antonio Cruz Collado.

Fueron un total de quince concursos que significaron un claro estímulo al arte de la escultura, disciplina que en el primer tercio del siglo XX había evolucionado hasta superar los rasgos decimonónicos en los que había quedado anclada a fines del XIX.
En los certámenes, junto a los aún defensores de un academicismo trasnochado, se dieron cita los protagonistas de esta renovación, desde los maestros que introdujeron los cambios hasta los jóvenes que iniciaban su andadura y abrieron nuevas vías de expresión.
Fue frecuente entre estos artistas un poso clásico que se traducía en la presentación de figuras alegóricas desnudas o semidesnudas, principalmente femeninas, abundando una suerte de venus de aire mediterráneo, con formas potentes y cuidada anatomía, como la presentada por González Migolla en 1932 o la estilizada 'Alegoría de la Música' de Vicente Beltrán, dentro de los valores igualmente innovadores de la grácil figuración art decó.

Alegoría de la arquitectura de Adolfo Aznar.

Otros nombres rompedores que participaron fueron los de Francisco Pérez Mateo o Alberto Sánchez, que en 1930 provocó un gran revuelo con su 'Monumento a los niños', tan opuesto al concepto tradicional de escultura pública.
También Antonio Cruz Collado, galardonado ese mismo año con una obra, 'Fuente de la muchacha que duerme', de volúmenes simplificados y rasgos arcaizantes.
Entre las mujeres, citar la presencia de Isabel Pastor o de la danesa Eva Aggerholm que, pese a ser principalmente conocida por ser esposa del pintor Vázquez Díaz, reivindicó su puesto en la renovación de la escultura española obteniendo una mención y un accésit en varias de las exposiciones a las que se presentó.


Alegoría de la Música de Vicente Beltrán, ganador del Concurso Nacional de 1933. Forma parte de los fondos del MNCARS y actualmente se puede contemplar en el patio del Rectorado de la Universidad Carlos III de Leganés.

Las obras ganadoras quedaban en propiedad del Estado,  que acrecentaba con ellas los fondos de los museos nacionales o las destinaba al ornato público, por lo general en Madrid. A veces se demoraba su instalación o montaje, lo que era criticado por la prensa.
Toda la creatividad desplegada en estos concursos nacionales se vería brutalmente truncada por la Guerra Civil, tras la cual la poderosa escultura vanguardista del periodo anterior quedó descabezada. Se produjo entonces un hiato que retornó a las formas clásicas y academicistas, convenientes para la ideología del nuevo régimen y cultivadas por nombres como Juan de Ávalos, Victorio Macho, José Capuz, Carlos Ferreira de la Torre o Florentino Trapero.

*Esta entrada es una adaptación del artículo '1922-1936, los concursos nacionales de escultura', escrito por Victoria Martínez Aured, profesora asociada del Dpto. de Hª del Arte de la Universidad de Zaragoza y publicado en el nº 24 de la revista ARTigrama.
Las fotografías también han sido tomadas de él.